Jalymar Salomón: de estrella de TV a maquilladora

Fuente: climax

Jalymar Salomón. Su nombre conecta directamente con la nostalgia de ese himno con el que creció la generación que veía El Club de los Tigritos en Venevisión. Junto a Wanda D’Isidoro, su compañera de fórmula, se convirtió en la protagonista de las tardes felices de millones de venezolanos.

Durante cuatro años actuó, cantó y bailó al ritmo de la fama. Su sola presencia llenaba plazas y estadios. “A veces quedábamos rodeadas de multitudes y la gente de seguridad nos tenía que ayudar a salir. Fue una época que disfruté muchísimo”, cuenta emocionada. “Aprendí a vivir con la presión del público: que me miraran, me parara en la calle, me pidieran fotos y autógrafos. Nos llegaban muchísimas cartas al canal, y leíamos las que podíamos”.

Comidas gratis, trato preferencial, hasta el pasaporte se sacó una vez sin hacer cola. Jalymar Salomón vivía su mejor momento, pero en 1997 ya quería cerrar un ciclo. Ella y Wanda renunciaron al programa y sus caminos se separaron. “Aunque el destino siempre se ha encargado de reunirnos. Nunca hubo roces entre nosotras. Siempre ha sido como una hermana”.

 

Fuera de la animación, la también actriz continuó su carrera en telenovelas como Mujer con pantalones, Soltera y sin compromiso y La Trepadora. La artista salía de un proyecto para entrar en otro, pocas veces se tomó vacaciones durante su estadía en Radio Caracas de Televisión (RCTV). “Luego del cierre del canal empezó una crisis de espacios para los artistas. Me dije a mí misma que si quería trabajar en lo que me formé, tendría que buscar oportunidades fuera”, dice Salomón desde Miami, la ciudad que la desembarazó de su pasado artístico.

Se fue por recomendación de una manager que le prometió villas y castillas. “Me mintió. No tenía las conexiones que decía tener. Aquí no conocía a nadie, no tenía propuestas de trabajo. El primer año fue súper difícil. Tuve momentos de ansiedad y de tristeza. Dos semanas antes de partir, la persona que me había ofrecido hospedaje se echó para atrás. Tuve que llegar a casa de una amiga de mi hermana a la que yo había visto dos veces en mi vida. Allí dormí en un colchón en la sala”.

La ciudad que le pintaron empezaba a decolorarse. “Pensé que no iba a ser tan difícil encontrar mi lugar acá. Pero esto es como si estuvieras en una selva, cada quien tiene su vida sin mirar a los lados. Consigues muy pocas personas que brindan ayuda. Muchos colegas que conocí en Venezuela y me encontré acá, se negaron a darme una mano por sentir que los amenazaba como competencia”, afirma.

Salomón pasó de animar tigritos a buscar cómo “matarlos”. Tenía visa de artista, pero aún no le salía la licencia de trabajo cuando empezó a quedarse sin ahorros. “Pensé en qué cosa podía hacer que me generara ingresos y me gustara. Me mandé hacer unas tarjetas de presentación como maquilladora y las repartía en la calle o entre los contactos que iba haciendo. Para sus quince años, maquillé a la hija del abogado que me sacó los papeles, estuve también con el mismo oficio en un canal de noticias, y así iba”

Un día la llamaron para una pauta: la prueba de fuego para su ego. Jalymar entró al salón, sacó su kit y al levantar la mirada se dio cuenta de que su clienta era Chiquinquirá Delgado. “Ella me vio sorprendida y me dijo ‘¿Qué haces tú aquí?’ y yo le respondí ‘trabajando, chama’. Para mí fue un momento durísimo, no porque denigre el oficio de maquilladora, sino porque Chiquinquirá era mi colega. Me sentí chiquitica”.

Luego de un año de anonimato, consiguió un casting en Telemundo, planta que le dio una oportunidad con un pequeño papel en una de sus telenovelas. Así Jalymar volvería de nuevo a la pantalla, con menos espectacularidad de la que merecía, pero al menos se daría a conocer de nuevo. Recuerda que una vez entró a la sala de maquillaje del canal y vivió un episodio que aún la estremece.

“Dije ‘buenos días’, y no contestaron. Volví a decir ‘buenos días’ y nada. A la tercera me lo contestaron. En medio de ese clima, me atendió una chica que se alteró cuando yo estaba poniendo mi teléfono en silencio. Me dijo: “Mira mamita, te agradezco que guardes el teléfono. Eso no lo hace ni Gaby Espino en mi silla”. Por un momento me provocó decirle ‘¿Tú no sabes quién carajo soy yo? ¿Quién fui yo antes que Gaby Espino? Pero no, respiré profundo y le dije que se tranquilizara”.

Las oportunidades iban y venían, buenas y malas rachas. “No hago novelas desde 2013, cuando estuve con Marido en alquiler. Cada vez que hay cambios en la gerencia del canal se abren o se cierran puertas para los venezolanos. Acá nadie tiene una estabilidad laboral”.

Con el ego lesionado y un sentimiento de soledad, Salomón encontró un refugio en el amor de pareja. “Conocí a un hombre con el que estuve más por necesidad de no sentirme a la deriva, que por otra cosa, eso es un gran error. Pero aprendí a disfrutar la soledad y así seguí adelante”.

Las palabras de su madre eran un analgésico para los dolores crónicos del alma. La distancia con su familia en Venezuela y estar una temporada detrás de cámaras, sin que su nombre avalara años de carrera, eran parte de lo que tenía que soportar Salomón. “Nunca he sufrido de ego, pero es algo que pertenece a todos los seres humanos. No me arrepiento de las decisiones que he tomado. Esto me llenó de fortaleza para darme cuenta de todo lo que puedo aguantar”.

En medio de esa inestabilidad emocional, que cada tanto terminaba con sus lágrimas en los hombros de sus confidentes, llegó una coprotagonista a la historia: Alana, su hija. “Ya tiene 9 meses, y estoy totalmente dedicada a ella. Por eso no he buscado hacer más novelas, porque no tendría tiempo para atenderla. Por lo pronto sigo con Wanda en la obra Despedida de casadas, escrita por César Román. No es un secreto para nadie que del teatro no se vive. Lo hago para mantenerme activa. Es una ventana para exponer el talento mientras se abren otros espacios”, afirma quien tiene planes de dedicarse al negocio de bienes raíces mientras se reconcilia con la fama.

 

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