La búsqueda del submarino tripulado Titan, que se extravió en el Atlántico durante una misión de exploración de los restos del Titanic, ha vuelto a poner de relieve la complejidad y peligrosidad de las expediciones humanas en las profundidades del océano. A diferencia de los buzos, los humanos no pueden ayudar en misiones de rescate en estas condiciones extremas.
La presión del agua en la profundidad del mar es uno de los principales desafíos para las expediciones submarinas. La presión atmosférica en la superficie es de 101.325 pascales, pero a medida que se desciende en profundidad, la presión aumenta en aproximadamente una atmósfera cada 10 metros. En el lecho marino donde se encuentra el Titanic, a 3.800 metros de profundidad, la presión es de casi 40 megapascales, que es 390 veces mayor que la existente en la superficie terrestre.
A esta profundidad, la presión del agua es tan grande que un humano moriría instantáneamente debido a la masa de agua sobre sus hombros. Es por eso que diseñar vehículos submarinos que sean lo suficientemente ligeros para flotar sobre el mar pero lo suficientemente resistentes para soportar la presión es un desafío importante.
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Los vehículos submarinos utilizados en misiones de exploración, como el Titan, están diseñados para soportar la presión extrema y permitir a los tripulantes realizar investigaciones científicas en el fondo del mar. Sin embargo, incluso estos vehículos tienen límites y no pueden soportar la presión en profundidades extremas.
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Es por eso que los expertos en la exploración submarina se apoyan cada vez más en la tecnología robótica, que puede soportar la presión extrema sin poner en peligro la vida humana. Los robots submarinos pueden llevar a cabo tareas de investigación y búsqueda en profundidades que serían imposibles para los humanos.
