Para los más de 100 millones de filipinos acabar con una relación infeliz supone un vía crusis largo, tedioso y, a veces, humillante, además un gasto financiero desorbitado.

Sin embargo, en círculos de profesionales, no es difícil encontrar al menos a una persona que esté experimentando su segundo y hasta su tercer matrimonio. Eso se debe a que, como en muchos aspectos de la vida en esa nación asiática, la gente encontró formas de «darle la vuelta» a las leyes.

La principal forma de hacerlo es, con mucho dinero a la mano, conseguir que el matrimonio sea anulado. Como si batieras una varita mágica. De repente, la boda y la frase «hasta que la muerte nos separe» nunca sucedieron.

Todo lo que se necesita es un psiquiatra que diga que hay algo mal contigo o con tu pareja. Eso los hace incapaces de cumplir las obligaciones esenciales del matrimonio.

Lo que podría se una confusión, solo se trata de una laguna jurídica que no ha pasado desapercibida para muchas parejas en conflicto y sus abogados.

Hay que señalar que Filipinas es un país  donde un tercio de la población vive con menos de un dólar diario. Por lo tanto, la anulación de un matrimonio es simplemente una alternativa demasiado cara para la mayoría de las personas.

Quienes apoyan la legalización del divorcio señalan que un alto número de mujeres, víctimas de violencia doméstica por parte de sus maridos, se sienten incapaces de abandonar a sus esposos.

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